sábado, 20 de julio de 2013

Pesadilla.

Departure por Alan Wake

El hombre se volvió hacia mí. Su rostro estaba cubierto por las sombras. No se distinguía en la oscuridad del bosque que nos rodeaba pero el hacha que blandía era fácil de ver: Brillaba con la sangre de su víctima. Sonreía con locura. Las sombras estaban vivas y desformaban sus facciones. Era una escena de pesadilla... pero yo estaba despierto.

El poseído estaba ante mí. Me era imposible centrar la mirada en él, como si estuviese en un punto ciego causado por un tumor o una enfermedad ocular. Sangraba sombras, como tinta bajo el agua, como una nube de sangre tras el ataque de un tiburón. Era presa del pánico. Me así a la linterna como si mi vida dependiera de ella, para evitar que se acercara aún más. De pronto ocurrió algo y la luz pareció brillar con más intensidad.

Durante mucho tiempo la presencia oscura había dormitado débil, como una pesadilla casi olvidada o un destello sombrío en el bosque, por la noche; no lo bastante real como para existir y, al mismo tiempo, demasiado evocadora como para disiparse por completo. Ahora despertaba, aquel novelista era una mosca atrapada en una telaraña cuyos hilos transmitían sus vibraciones hasta su guarida. Podía percibirlo. Podía utilizarlo. Sólo necesitaba un pequeño incentivo.

Los oí antes de verlos, lanzándose en picada desde el cielo, chillando. Me di la vuelta cuando la nube se abalanzó sobre mí. Durante un instante pude ver un centenar de ojos muertos, perlas negras que brillaban en la oscuridad. Levanté mi linterna y el enjambre explotó como fuegos artificiales. Sus plumas ardían, convirtiéndose en cenizas. Mis gritos se perdían entre los suyos.

Al principio seguía encontrando las páginas casi de forma accidental. El libro que no lograba recordar era, o una profecía terrible y cruel o un acto de creación que había rescrito el mundo. Empezé a buscarlas de manera incansable ya que albergaban la respuesta del misterio. Así podría salvarme. Así podría salvar a Alice.

Me metí en el taller de la gasolinera. Estaba en oscuro y en silencio. El lugar era un desastre. Parecía que alguien lo hubiera arrasado, o que hubiera sido el escenario de una pelea. Entraba luz a través de una puerta abierta en la parte trasera. Me dirigí hacia allá. Sin previo aviso, me cegó una luz brillante. Un viejo televisor portátil, en el estante, se había encendido sólo. Inexplicablemente, podía verme en la pantalla, hablando como un loco.

¿La cabaña de Cauldron Lake?, preguntó.
La alguacil me miraba con suspicaz. La primera luz del día entraba por las ventanas de la oficina. Tal vez no hubiera podido salir del bosque con vida sin su ayuda, pero no podía contarle la verdad de lo que había sucedido la noche anterior. Pensaría que mentía o que estaba loco. Me encerraría. Y no me ayudaría a encontrar a Alice.

Stucky escupió en el suelo del taller e intentó sacudirse las telarañas de la cabeza. La pareja no había ido a recoger las llaves. Desde ese momento las cosas se complicaron. Algo, un sentimiento, llamó su atención. Levantó la vista y miró fijamente, mientras su cerebro trataba en vano de procesar el horror que tenía ante sí. Dio un traspié, volteó una lata de aceite. Un charco negro se extendió por todo el suelo. Donde luchó por unos momentos antes de ceder a la oscuridad, que lo envolvió de forma inexorable.

Rose sabía que había hablado demasiado, pero ya, no le importaba. En lo que a ella respecta, su breve encuentro con Alan Wake había sido, literalmente, lo mejor de su vida. Lo observó meterse en el coche con su esposa. Era guapa, segura de sí misma, perfecta para Wake. No como ella. Estaban hechos el uno para el otro. Hubiera dado lo que fuera por ser su amiga.

Barry Wheeler estaba loco de contento. Se había metido en un avión después que Al y Alice ignorasen sus llamadas durante varios días. Tal vez estuviesen disfrutando de una segunda luna de miel, pero Barry no lo creía. Al estaba demasiado inquieto para ello, insomne, preocupado. Tenía muchos años lidiando con Alan Wake y no había vuelta de hoja: Algo andaba mal.

Toby conocía su olor: el del hombre, el hombre bueno que siempre lo mimaba y nunca se cansaba de jugar con él. Toby sacudió la cola, emocionado, y ladró de alegría. Después percibió otro olor, uno inquietante, lo bastante extraño como para ponerlo alerta. Confundido, gruñí desde lo más profundo de la garganta. El olor venía del hombre bueno. Un terror ciego, primario, le atravesó el cerebro apenas un instante antes que el hacha lo hiciera.

Barry bebió otro sorbo de aquel delicioso café. Le sonrió a rose. Seguro que aquello era amor. Rose continuó sin tomar aliento: La nueva será una obra maestra, ¡estoy segura! Dile que no haga caso a los tipejos de los foros que dicen que nunca terminará Departure. Debería tomarse su tiempo para que sea perfecta. Yo puedo esperar.